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Pero mi amor se ha quedado aquí:
Pegado a las rocas, al mar y a las montañas
Pegado, pegado a las rocas, al mar y a las montañas.
Canto a su amor desaparecido.
Raúl Zurita.
Fco. Javier SANCHO MAS
En un diálogo de la película El cartero de Neruda, dos discuten sobre si el poeta chileno es el poeta del compromiso o el poeta del amor. No recuerdo si dicho diálogo está en la obra original de Antonio Skármeta, pero esas dos mismas vertientes irradiaron en muchos de los poetas posteriores. Así los Cardenal, Benedetti, Claribel Alegría o Raúl Zurita. Este último, compatriota de Neruda y último premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Para quien no lo conozca, será un verdadero encuentro con una voz, una voz que arrastra cuerpos. 800 fueron los cuerpos de los presos con los que habitó en la bodega de un barco que sólo estaba habilitada para unas pocas decenas. De aquellos días y noches de tortura, de 1973, tras el golpe de Pinochet, Zurita extrajo una herida y un compromiso con la palabra y con la vida.
Fue en ese mismo año de 1973 cuando el uruguayo Mario Benedetti tuvo que emprender el camino del exilio por otro golpe militar. Y es en este, de 2020, centenario de su nacimiento, cuando dos obras, Un Mito discretísimo, de Hortensia Campanella, y una antología reunida por Joan Manuel Serrat, editada por Visor y Alfagura, que lo pondrán de nuevo en primera línea de vitrinas.
Fueron tantas las vidas que quedaron marcadas ese año crucial de 1973 que hasta produce temblor decir que uno nació entonces, con el baby boom, en ese año de tantas noches en el mundo, y que quedó en la historia como 2001, o 2008 o 2020. Es como haber nacido pidiendo perdón.
De Raúl Zurita hablamos en la sección #Carátula y Mas de @EfectoDopplerR3 y pudimos escuchar su voz “pegada a las rocas, al mar y a las montañas”.
Se me quedaron un par de frases del poeta que tienen que ver con la vida y la literatura:
“No busques el horror, porque, luego, lo acabarás encontrando y no escribirás un puto poema”. Porque tantos escritores han querido acercarse peligrosamente a lo que después sería imposible trasladar a palabras.
Y esta otra: “El horror es más grande que la palabra horror; pero el amor también es más grande que la palabra amor”.
Todos ellos, los Zurita, las Claribel, los Benedetti, Galeano o Ernesto Cardenal, nos han dejado citas para la memoria del amor y del dolor. Ya van quedando menos, muy pocos, de los que se enfrentaron con la piel y las palabras a aquel horror que sobrevino con ruido de sables en 1973, para acabar encontrando que el amor siempre es más grande que las palabras que lo dicen.
De ese modo, no me extraña que Zurita haya encontrado junto a su larga enfermedad de Parkinson otro motivo, otra relación con la que darle forma a su poesía: el rock. Con la banda chilena González y los asistentes, se ha subido a los escenarios a dejar huella de sus versos entre el aullido de guitarras eléctricas.
Estoy deseando ver el documental de Julieta Carmona sobre la vida y obra de Zurita. Se titula Verás no ver, como uno de sus veros.
Sin ser un gran lector de su obra, como le dije en su día a Claribel, le agradezco que me haya dejado al menos un verso, que es al fin la gloria de un poeta: que alguien recuerde alguna vez uno de sus versos y exprese lo que lleva dentro.
Para cuando me sienta hundido, fustigado, humillado, vencido. Para cuando no parezca que pueda recomponer mis pedazos o no quede nada de mí, tendré esos versos que dijo Zurita, amparándome, sabiendo que “mi amor se ha quedado aquí, pegado a las rocas, al mar y a las montañas. Pegado, pegado a las rocas, al mar y a las montañas”. Y estará a buen recaudo.