Imagina. Uno de tus miedos surca el vaho de la ventana y escribe tu nombre. Puedes romper el cristal, echar los restos de valentía y estrellarlos contra él. Gritar. Y después, el baile de la libertad o la locura de haber vencido, o del miedo a que aparezca otra vez tu nombre escrito en algún rincón oscuro que no quieres saber.
Ahora estás en la cordillera andina, o cerca de ella, en el Ecuador. Eres una mujer. Eres varias mujeres que danzan alrededor de las víctimas de la violencia o del abuso. Mujeres que se sacan la cabeza y danzan. O eres un padre, y además un chamán, que quiere resucitar el cuerpo de su hija. O eres una hermana que pregunta a su gemela: “¿A qué te sabe la sangre?”, y ella te responde: “Me sabe a lenguaje”.
A este universo onírico, de pavores telúricos nos lleva la joven escritora ecuatoriana Mónica Ojeda con su nuevo libro de relatos Las Voladoras, editado por páginas de espuma. Y nuevamente, da rienda suelta a la voz de mujeres que se enfrentan como víctimas o victimarias a los deseos más íntimos o al horror con la inmensa ternura de una prosa que seduce y acaricia. Mónica es una poeta que escribe en prosa, verso a verso. Le queda mucho universo por delante. ¿Seguirá buceando, como en sus novelas Mandíbula, o Nefando en las zonas más oscuras que no se pueden contar si no es a través de la literatura? Ayer le pregunté, recordando aquella frase de Nietzsche “si miras mucho tiempo al abismo, el abismo te devolverá la mirada”. Le pregunté en @EfectoDopplerR3, en la sección de Carátula y Más, si no le daba miedo escribir tan adentro del miedo. Aquí la entrevista