ULISES (Ulysses 1922)

James Joyce. (Dublín. Irlanda 1882- Zürich. Suiza 1941)
No es de extrañar que después de abrir las páginas de esta novela y de las que vendrían después durante todo el siglo XX, los críticos más pesimistas, que gustan de frases con las que tirar la piedra de la polémica, dijeran que la novela había muerto. Y de hecho no es ocioso afirmar que después del Ulises, y de En Busca del Tiempo Perdido de Proust nada en la novela ni en la literatura sería igual.
Fijémonos en el año de su aparición: 1922, el mismo año en que Eliot publica su Tierra Baldía (Waste Land) que provoca un revuelo similar en poesía, aunque no de tanto alcance como la del Ulises. El mismo T.S.Eliot declara a Joyce “el mejor escritor de prosa vivo” de su tiempo, y en conversaciones privadas va más allá y dice que era el “único” escritor vivo de su tiempo. La admiración que Joyce obtuvo de Eliot le costó conseguirla de las editoriales y del público.
Estamos en una Europa que todavía trata de curar las heridas que dejó la Primera Guerra Mundial, y que después se volverán a abrir en una segunda. Hay una generación de talentosos escritores a la que se le llamó la generación perdida, precisamente por los estragos de una guerra y sus secuelas que vinieron a romper y despertar a un mundo que todavía dormía en un romanticismo antiguo. La psicología y la tecnología asaltan la vida del hombre para hacerse indispensables. Estados Unidos se erige como estandarte de un progreso en Occidente que al final de la década del Ulises, enseñará en su cara más cruel la
falacia del sueño americano, que saltaba desde las ventanas de Wall Street el fatídico Martes Negro.
Y en medio de ese mundo, surge Joyce, un irlandés con gafas gruesas (sufría de glaucoma), nacido de familia pobre y educado con el esmero y la rigidez de los jesuitas. Su lucha contra la pobreza no le abandonará nunca. Pero él se deja poseer por la incógnita y el caos de la vida del hombre y lo esboza en una novela, el Ulises, que fue después censurada en muchos países por observarse en ella obscenidades, sexo sin vestiduras (a como debe ser), insinuaciones que profanaban las tradiciones heredadas de la época victoriana.
Es un compendia de diatribas que nacen del monólogo interior y sincero de los personajes, una técnica, si no nueva, sí explorada hasta sus límites más lejanos por primera vez en esta novela. A través de ella, Joyce pudo afrontar muchos temas que, de otra forma, no hubieran podido expresarse sin caer en lo ñoño o caricaturesco.
Para construir la novela, Joyce se basa en sus recuerdos y en la ayuda de un hermano que le envía datos y planos sobre las calles de Dublín que los dos personajes centrales habrían de recorrer. El autor se despide y deja que sus personajes hablen y actúen como quieran.
A diferencia del Retrato del Joven Artista, en esta ocasión Joyce enfoca la novela desde tres ángulos, elaborando una continua emisión de monólogos, diálogos o reflexiones que se desarrollan en la mente de sus personajes, sin orden aparente, según le va pasando por la cabeza a medida que actúa. Es el reflejo del stream of consciosusness con que el cerebro recibe y emite esa mezcla de imágenes pertenecientes a la vida real o a la ilusoria que se imbrican en nuestra caja de recuerdos conscientes o inconscientes.
El primer personaje es Stephen Dedalus, que, de vuelta a su lugar de origen, Dublín, afronta nuevamente la vida de su círculo de amigos, y las estrecheces de su ambiente familiar. Su visión del mundo, de una intelectualidad refinada, se contrapone a la de Leopold Bloom, un judío dublinés mucho más apegado a las preocupaciones mundanas. Todas las acciones y expresiones de ambos se ven contrapuestas a las de un tercer personaje, Molly, esposa de Bloom. Ellos interrelacionan sus vidas con la cotidianeidad de Dublín en un único día: el 16 de Junio de 1904. Aparentemente, la novela reinventa el mito de la Odisea, siendo Bloom el Odiseo o Ulises que vuelve a Ítaca (vale Dublín), en la que Stephen es Telémaco, y Molly, Penélope. Esta última es la que menos se mueve en la novela, pues permanece en su cama en un constante monólogo interior o entreteniendo a un amante con el que le es infiel a Bloom después de un largo celibato.
Cuando Bloom y Stephen se encuentran, los dos han recorrido un largo camino por Dublín y por la vida. Ambos están borrachos y se reconocen
como peregrinos. Ambos han luchado interiormente, como cuando al contemplar un escaparte, emerge el sentimiento católico de la culpa. En Stephen, es el de no haber rezado ante el lecho de muerte de su propia madre. En Bloom, supone una mezcolanza de recuerdos de ritos y frases judías con la imagen un hijo muerto o con la rutina de la ciudad que le sirve de escenario.
La aceptación posterior que tuvo esta novela fue tal que ya forma parte de los símbolos del pueblo irlandés y, particularmente, de Dublín. La celebración del Bloomsday, atrae todos los años, en el mismo día en que se desarrolla la novela, a peregrinos cerveceros que procesionan religiosamente de pub en pub, reproduciendo el mismo itinerario de la novela.
Con esta obra, se puede decir con Castellet que ha llegado “la hora del lector”. El éxito de el Ulises y de las obras de Joyce, estriban en que requieren la atención y cooperación del lector. Apelan a su inteligencia o creatividad, sin la cual, no se puede reconstruir el universo propuesto por el autor, convirtiéndose así la novela en una obra abierta como exclama Umberto Eco.
Es necesario advertir que esta novela es más legible que comprensible. Para disfrutar realmente de ella se requiere de la eliminación de todo prejuicio racionalista que la quiera ordenar al modo tradicional. Se sucumbe ante ella o se acepta de ante mano que dejará muchas lagunas entre el absurdo y el misterio. Se trata de un ir y venir por los ingredientes que componen nuestra cultura occidental. No le falta la ironía más punzante, la violencia, el sarcasmo, la contradicción, el drama, el humor, la fantasía y el sentimentalismo, o la revisión subjetiva de la historia. En fin, es un tesoro a nuestro alcance, siempre y cuando nos dejemos llevar como de la mano de un mago y sepamos que estamos pagando para que nunca se nos revele el truco.
Siempre recomendable es avanzar con una traducción que les ayude a superar las trampas del lenguaje. Aunque es imposible su perfecta traslación a nuestra lengua, fue loable la titánica edición de José María Valverde. En cualquier caso, si le echan un ojo durante un tiempo prudencial, les prometo que es algo que no olvidarán. Todo lo demás, les parecerá un camino llano.