(Sobre la novela de Daniel Centeno)
Gran parte de lo mejor de la literatura iberoamericana se escribe fuera de la patria. De la grande y de la chica. Es una seña de identidad: la escritura desde lejos. Las autoras y autores que han salido de su país, por voluntad propia, o por la situación sociopolítica, suelen cruzarse en segundas patrias: tan a menudo México, España o Estados Unidos. Reescriben su experiencia o a sus propios países desde esa otra distancia, no solo espacial. Últimamente, ha habido una cierta explosión de obras venezolanas, como las de Karina Sainz Borgo, quien no cree en literaturas nacionales, sino en un relato universal, que se engendra y vive, como sus obras, en lo particular y lo local.
Esos textos suelen ritmarse con la melancolía, pero a veces, muy pocas veces, esa añoranza se convierte en humor, parodia y esperpento. Y cuando ocurre, esas pocas veces, suele convertirse en una gran obra literaria.
Ojo a esta “ida de olla” (como dirían en España) de Daniel Centeno, autor venezolano, que reside en Houston. Ojo porque les va a llevar de la mano de dos entrañables amigos, una vieja gloria de la canción romántica, y un joven rockero frustrado, en busca de una última oportunidad. Ojo a las idas y venidas por esa América que se resiste al tiempo, de tugurios, cantinas y rockolas con boleros de Daniel Santos, Juan Gabriel o los ritmos de La Sonora Matancera. Quien haya vivido apegado a los barrios de América Latina, da igual dónde, porque cualquier barrio de América Latina es el corazón de América, asentirá cuando vea reflejadas en estas páginas las contradicciones de lo “violentamente dulce” con que se vive en ellos. Copio palabras de Cortázar sobre un país y una revolución que nunca fue.
Centeno se ha forjado literariamente con varios libros de ensayos, creación y perfiles como Postmodernidad en el cine (Premio Carlos Eduardo Frías, 1999), Periodismo a ras del boom (Universidad Autónoma de Nuevo León/Universidad de Los Andes, 2007), Retratos hablados (Debate, Random House, 2010) y Ogros ejemplares (Lugar Común, 2015). Fue finalista del XV Premio Internacional de Relato Breve Julio Cortázar y del Juan Rulfo. Actualmente dirige la revista cultural caratula.net.
La vida alegre se publica con el sello de Alfaguara en México. Y en ella nos reencontramos con esas músicas criollas edulcoradas, intensas y medio falsas, afectadas y medio verdaderas, como las aventuras de Poli, el rockero, y Sandalio, el viejo Ruiseñor de las Américas.
Labrar frases para el humor es un arte más difícil que la tragedia. Por eso, la novela de Centeno rezuma mucho trabajo de pulido. No de otro modo se explica que, a pesar de lo esperpéntico de los personajes, ni las frases ni las escenas lleguen al límite del artificio. Con un tono quijotesco, cada línea va medida con una fina intuición para que la realidad nos haga sonreír, al retorcerla con naturalidad. La risa no se provoca describiendo las reacciones de los personajes, sino a través de la interacción de las cosas con ellos. Hasta un punto en que es la realidad la que parece absurda, y no la curiosa compañía de Poli y El Ruiseñor.
Las aventuras de los protagonistas se enmarcan en la vivencia intensa y musical, desde un barrio caraqueño, que es como cualquiera de cualquier municipio del continente. Tenía la tentación de decir que se trata de un adiós a un mundo, con una sonrisa. Pero no. El mundo sigue ahí. Y harían bien Alfaguara en editar, también en España, esta novela en papel, no sólo en México, para acercar a los lectores la verdadera esencia de lo real imaginario que aún es el pan nuestro de cada día en la otra orilla hermana.
Un compatriota de Centeno, Rodrigo Blanco, describe bien el contexto de esta novela: “Ese mundo ralentizado de canciones viejas que narraban amores desgraciados…; ese mundo donde el destino sólo podía tornarse favorable con grandes cantidades de dinero obtenidas de forma ilícita o azarosa; ese mundo, decía, siguió existiendo. Y existe todavía hoy, ajeno a Internet, el #MeToo y las Bitcoins, como un charquito de humedad cruel y sensiblera que nunca termina de secarse”.
No se puede ir contra la sangre. Y menos contra la que corre por un continente contagioso de boleros que se bailan muy pegados, en lugares donde sólo es posible creer que un cielo en el infierno cabe. Si no, ojo a esta novela hasta el final.
En la entrevista que grabamos en Efecto Doppler, de Radio3, le pedimos a Daniel varias recomendaciones de autoras y autores venezolanos, que escriben, como decía Sainz Borgo, su porción de literatura universal desde el recuerdo de lo local. Nos dio una buena lista para buscar y leer para acercarnos a ese querido país que ha sido un poco el de todos los que hablamos en español. Nos habló, entre otros, de Victoria De Stefano, Elisa Lerner, Yolanda Pantin, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Rodrigo Blanco.
Y si desean leer La vida alegre con música de fondo, aquí una sugerencia: Rubén Blades, que también ha leído esta novela. El tema es la historia cantada de, cómo no, un cantante.